Algo de nuestra historia


Desde los designios del Señor cada uno de los integrantes de la comunidad ha llegado a ésta por la misericordia infinita de Dios. Cada uno por un camino diferente según el llamado que le ha hecho el mismo Señor, nos fuimosenamorando con Jesús del anuncio evangélico del Padre Eterno y del Santo Espíritu, casi sin darnos cuenta. De la mano de la señora del cielo, encadenados con su rosario, hemos encontrado ese camino que sin retroceso nos llevará a la vida eterna prometida si logramos perseverar. Como ella, queremos desaparecer, ser la “nada” para ser llenados con el “todo” en el servicio a nuestro servidor, para la mayor gloria de Dios y de su Santa iglesia.

Cada uno en circunstancias diferentes y en momentos y épocas diferentes, sintió a su manera esa “voz” tan especial del Señor que nos llama al servicio de manera tan directa e inequívoca, y ese día, por su misma misericordia, dijimos: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”.

Un día en un grupo de oración, en un rosario, en una Eucaristía, en una hora de adoración, en un estudio de Biblia, en ese versículo iluminado por el Espíritu Santo, en un suceso de enfermedad o de tribulación, en un milagro cercano o lejano, en el ejemplo y la palabra de un sacerdote, en un miserito, en el magisterio de la iglesia, en la vida de los santos, por la palabra de un amigo o conocido, en un mensaje de la Santísima Virgen en alguna de sus apariciones, o en alguna de sus maravillosas manifestaciones de amor para nosotros sus hijos… cualquiera que haya sido la manera sin lugar a dudas no deja de ser especial y serán historias que llenarán de testimonios sobre un Dios vivo que nos ama inmensamente y no se cansa de llamarnos hacia el camino de conversión. Por motivos prácticos, este relato solo describirá de manera general el comienzo y la formación de nuestro grupo espiritual.

Julio de 1986 fue una fecha que marcó la vida de muchos servidores pues fue la fecha en la que su Santidad JUAN PABLO II visitó el país colombiano. Sus palabras, sus acciones, sus gestos, su llamado y sus expresiones de Padre y pastor bueno enamoraron a los en ese entonces jóvenes aún, del llamado a servir a Cristo y a su Iglesia. Su llamado a los laicos al servicio como eco del concilio Vaticano II cobró una fuerza inusitada en los corazones que querían servir y formarse dentro de su iglesia católica cumpliendo y retomando las promesas y compromisos bautismales.

En busca de servir, estos futuros servidores se adhirieron a diferentes grupos en sus parroquias, o en grupos de ayuda a los necesitados, en obras sociales sin pretensiones, sino únicamente de entregar el amor y la caridad a imagen de Cristo. Solo en el sentido altruista de obrar y de sentirse bien “haciendo algo” por quienes lo necesitan. Aparecieron entonces en la lista de opciones para ayudar obras como la de la fundación minuto de Dios, la fundación “Niños de los Andes”, la fundación Eudes, San Vicente de Paúl, los epocalana, algunas acciones en ciudad Bolívar, ONGs, algunos grupos de oración como el de Nuestra Señora del santo Rosario en la casa de Felipe Gómez, algunos ancianatos como “Pro-vida” y otras obras que para muchos en su momento fueron el reposo y la disculpa de la caridad.

Sin embargo, llegó el regalo del buen Dios. Un Santo sacerdote de la compañía de Jesús llamado Roberto Cabrera Ortiz, después de visitar Medjugorje y las manifestaciones de la santísima Virgen María dictó muchas conferencias sobre la virgen y sus manifestaciones y decidió fundar en el apartamento de su familia un grupo de oración desde el cual ejercer su apostolado de amor difundiendo los mensajes de nuestra señora y del valor del rezo del santo rosario.

Todos los viernes en la noche se reunía un grupo pequeño de jóvenes y señoras a orar en torno al santo rosario y a recibir la gracia de la dirección espiritual, tomando como centro el magisterio de la iglesia, los mensajes y la sagrada Eucaristía. Poco a poco se completó un grupo de aproximadamente 20 personas que incluía niños, jóvenes y adultos. Con el tiempo adquirimos el hábito del rosario diario, de la Eucaristía diaria, de la reconciliación frecuente, de asistir a todos los eventos con y en pro de la iglesia. Nos conocían como el grupo del Padre Cabrera.

Por inspiración del cielo encontramos la adoración eucarística al interior del grupo, el rezo del rosario en torno a ésta y las cosas cambiaron. La palabra de Dios se hizo más viva y así la oración se hizo cada vez más fuerte y perseverante. Tomamos la opción de la adoración perpetua desde nuestras parroquias que inauguraron capillas de adoración. Se comenzó a orar fielmente por las intenciones de nuestro Santo Padre según su pedido, en sus intenciones mensuales y en su salud, por nuestros obispos y sacerdotes, por nuestras parroquias y por las necesidades de paz de Colombia y del mundo.

En los primeros años de la década de los noventa, encontramos la riqueza de la oración y del santo rosario entorno al cual nos reuniamos casi todos los días de la semana. Incluso los fines de semana eran destinados por costumbre al peregrinaje en algún sitio mariano cercano a la ciudad, o a asistir a los diferentes eventos católicos que se programaban en muchos lugares.

De nuestra Madre Iglesia acogimos el regalo maravilloso del “Catecismo de la Iglesia Católica” que nos hizo profundizar un poco sobre el sentido del cristiano y la pertenencia a esta, nuestra Iglesia. Así, vivimos de grupo en grupo y de evento en evento en este quinquenio, en torno de la oración, y del crecimiento espiritual. Conocimos muchos sacerdotes que nos regalaron homilías maravillosas y nos explicaron la manera de vivir plenamente el sentido de la Eucaristía.

El carisma franciscano nos llamó especialmente desde el hermano Francisco. La figura de la Madre Teresa se instauró como modelo de vida y de servicio. Hallamos en Sor Faustina la misericordia de Dios y nos acogimos a ella. Del Santo Padre Juan Pablo II tomamos el ejemplo de la fidelidad al llamado y a la vivencia del evangelio. Nos alimentamos de las jornadas mundiales del Papa con los jóvenes.

Durante estos mismos años la constante presencia de Padre Pío de Pietrelcina nos acompañó y sus visitas celestiales, literalmente, fueron una santa gracia que precedía la fundación de la comunidad. Cabe destacar una de las personas que nos acercaron al Santo italiano: Fray Ernesto Campos, un sacerdote franciscano a quien llamábamos cariñosamente Fray Campitos. Este fraile franciscano se convirtió en una guía espiritual para muchos de los jóvenes que querían encontrar en el señor el sentido de sus vidas.

Fray Campitos fue un religioso que nos enseñó un modelo de caridad y de servicio al demostrar con su ejemplo una vida de entrega, de sacrificio y de penitencia; un especial amor y unión a Cristo y su pasión; una obediencia fiel al obispo, a sus superiores y a su iglesia, a pesar de todas las vicisitudes que tuvo que vivir. Sus dones místicos y su inmensa obra para la iglesia, nos proporcionaron un modelo y una guía para la edificación de nuestra propia espiritualidad.

En este ardor de amor por nuestro Jesús gozamos desde el año 1996 las gracias maravillosas que conllevó el jubileo del nuevo milenio. Como cristianos plenamente comprometidos nos decidimos a cumplir con los consejos propuestos por el santo padre mediante intensas jornadas de preparación para ganar las indulgencias prometidas. No obstante, durante el año 1997 dedicado a Jesús, al profundizar en su evangelio, comenzamos a sentir una incomodidad. Sentíamos que algo nos faltaba. Parecía que el buen Dios nos pedía algo especial.

No fue sino hasta el año 1998, año del Espíritu Santo, que lo comprendimos cuando, un día en el estudio de la palabra, de corazón le pedimos a ese mismo Espíritu que nos hablara para complacerle y entregarle definitivamente nuestro corazón. Es así como el señor nos regaló especialmente el texto del capítulo 2 de la carta del Apóstol Santiago “Muéstrame tu fe sin obras y yo te mostraré por las obras mi fe”. (St. 2, 14-26).

Una alegría inmensa invadió nuestras vidas al sentir que el señor nos exhortaba de manera fuerte y sutil a caminar, obrar y participar de la construcción del evangelio. Por lo pronto continuamos en la oración y en la penitencia, pero de una manera más concienzuda. Sin saber cómo o dónde comenzar, otro día también muy especial el Señor nos otorgó la gracia de meditar con el texto del apóstol Mateo: “El hijo del Hombre no ha venido a ser servido sino a servir”. (Mt. 20,28)

Como un nuevo pentecostés, se había hecho claro el mensaje: había que servir. Debíamos devolverle al cielo tantos talentos y bienes recibidos. Habíamos sido servidos por el Señor, pero no habíamos servido aún. Y en respuesta a la oración, penitencia, vigilia y demás suplicas de auxilio al Padre, el buen Dios nos comunicó su anhelo, amoroso y suplicante:

«Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su trono de gloria. Serán congregadas delante de él todas las naciones, y él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos. Pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda. Entonces dirá el Rey a los de su derecha: "Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero y me acogisteis; estaba desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; en la cárcel y vinisteis a verme."

Entonces los justos le responderán: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; o sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero, y te acogimos; o desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?" Y el Rey les dirá: "En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis." Entonces dirá también a los de su izquierda: "Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el Diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; era forastero, y no me acogisteis; estaba desnudo, y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis." Entonces dirán también éstos: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento o forastero o desnudo o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?" Y él entonces les responderá: "En verdad os digo que cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo." E irán éstos a un castigo eterno, y los justos a una vida eterna.». (Mt. 25, 31-40).

Y entonces el Espíritu iluminó enfáticamente una frase sobre nosotros; “SERVIDORES A EJEMPLO DE CRISTO”. Así nos fue dado el anuncio, el llamado y el camino.

A pesar de que, como se mencionó anteriormente, muchos de nosotros ya colaboramos en algunas obras de otras instituciones, quiso el Padre Celestial y su Amadísimo hijo que, junto al padre Cabrera, se iniciara un servicio propio como grupo. El primer servicio fue de una gracia incalculable, como nos cuenta Jorge Andrade:

“Así fue como en un día cualquiera nos dirigimos a un almacén de cadena llamado “Carulla”, compramos pan para sándwiches, queso, mortadela, mantequilla y demás ingredientes para preparar un desayuno digno y práctico en el apartamento del padre. Cuando estuvieron listos, nos dirigimos al atrio de la iglesia de San Ignacio, ubicada en una de las esquinas de la emblemática plaza de Bolívar en el centro de la capital bogotana. Sin embargo, como Pedro al dejar la barca e intentar imitar a su maestro caminando sobre las aguas, el miedo se apoderó de nosotros y nos hizo buscar seguridad en una de las rejas por si la situación se tornaba violenta.

Esperamos durante un tiempo, pero ningún hermano miserito acudía al lugar. Con un gran dolor y decepcionados por no tener éxito en la misión, decidimos irnos pensando que quizá no era voluntad de Dios… tal vez habíamos sido engañados “por el demonio”, decíamos, al poner en nuestros corazones algo que no iba a pasar.

No obstante, al salir de la reja apareció de la nada el primer miserito. Medía casi dos metros de altura. Llevaba un gorro negro, roto y mugriento que cubría largas hileras de pelo apelmazado por la mugre. Su barba le llegaba hasta el pecho, sucia de comida y con manchas amarillas del pegante que inhalaba. Desdentado. Tenía encima unos siete abrigos y sacos sucios y húmedos por la lluvia de la noche anterior. Sus manos y sus uñas parecían garras de oso (después supimos que le decían oso ojizarco, pues también tenía un ojo azul y uno negro. Otros le llamaban el loco porque era muy irascible e impredecible en su comportamiento). Calzaba unas zapatillas rotas, eran casi sólo suela. Sus pantalones le llegaban a media pierna, muy rotos, ya eran solo girones. Su aspecto era muy intimidante y su olor era realmente nauseabundo. Ya no teníamos tiempo para volver a la seguridad de la reja. Se nos acercódiciendo: Tengo hambre, una limosnita por amor a Dios padrecito… compadézcase de nosotros los pobres.

Asustados, el Padre Cabrera me mira y me dice: ¡Dele un sándwich de la cesta!, pues en ese momento yo era quien la cargaba. Tembloroso y en medio de la ansiedad, le doy el alimento. Se lo puse de frente, como si le hubiera puesto cebo a una fiera para amansarla. Recuerso que este hombre alargó su mano, observó el sándwich abriéndolo a la mitad y cuando se dio cuenta de lo que lleva en su interior, lanzó un grito: “Gracias Padrecito, Dios lo bendiga, esto sí es comida de verdad”. Se abalanzó sobre mí, me escondió entre sus brazos en medio de un abrazo y me besó en la mejilla, dando saltos de alegría. De un bocado llenó su boca con medio sándwich y siguió dando gracias a Dios por el alimento que sobresalía de su boca. ¿Me regala otro? Preguntó mientras que de la nada apareció el segundo miserito y luego el tercero y el cuarto, gritando: ¡están regalando comida! Y como las palomas que se disputan por un grano de maíz, así se agolpaban los miseritos para reclamar el alimento.

De sus bocas, y también diría que de sus corazones, salían toda clase de bendiciones y gracias. Nos gratificaban con besos y abrazos, pues el “Oso” les decía: pero abrace al padrecito que nadie hace esto por nosotros. Sus sonrisas nos hicieron sentir cómodamente y el miedo paralizante se había cambiado por una falsa seguridad que salía de las manos del Padre Cabrera al bendecir a cada miserito ante el pedido del: “Bendígame a mí también padrecito”. ¿No tiene una medallita? Al despedirnos, entramos apresuradamente a la iglesia y cerramos la puerta. En la sacristía nos lavamos y desinfectamos las manos y la cara, no sin ante percatarnos de que no nos hubieran robado nada.

Nos dirigimos después al sagrario a dar gracias a Dios por que no nos pasó nada, pero también a dar gracias a Dios por el gozo que sentimos en nuestros corazones. La dicha era inmensa y no nos cabía en nuestros acelerados corazones. Así las lágrimas de la alegría afloraron en nuestros ojos en acción de gracias, tal vez como las de Jesús en el huerto. Nuestras miradas se cruzaban en medio de exclamaciones de admiración y alegría. Nos abrazamos, mientras decidíamos si hacerlo nuevamente y cómo hacerlo mejor la próxima vez.

¡Le dimos de comer al señor y Jesús en ellos nos bendijo! Era la sensación. Habíamos logrado hacer su voluntad y su pedido. Así comenzó esta locura de amor que hoy es una realidad eclesial.”

Y comienza el crecimiento y el apostolado. El padre Rafael Arias, un santo sacerdote de Samacá (Municipio del departamento de Boyacá, Colombia), nos acompañó en esos primeros años en los cuales era necesario discernir al hablar de nuestros testimonios y de nuestros quehaceres en la caridad. Por medio de su consejo comprendimos que debíamos retomar el servicio que hacíamos desde los epocalana. Ir por las calles en busca de quienes tenían hambre. Un hambre no solo física, sino espiritual. Esa hambre que solo el señor con su infinito amor puede saciar. Habíamos ayudado en los restaurantes franciscanos para los necesitados. Asistimos a Jaime Jaramillo con los niños de los Andes. Colaboramos en la fundación Eudes a rescatar a los muchachos de la calle. Brindamos nuestro apoyo a los necesitados de las inundaciones de Patio Bonito (Barrio de Bogotá) y del Río Tunjuelito en San Benito. Estuvimos con los miseritos en el Cartucho.

Fue así como tomamos la decisión, desde el auxilio y seguramente aprobación del Santo Espíritu, de servir a los mal llamados popularmente indigentes, desechables, mendigos o habitantes de la calle. Eran las personas en quienes Cristo recibiría nuestro servicio y apostolado. Llevarles la palabra de Dios, un trozo de pan y una bebida caliente unidas al abrazo amoroso y misericordioso de Cristo fue nuestro norte.

El primero en servir de manera organizada fue el Padre Rafael Arias, pues en Tunja y en Samacá (Municipios del departamento de Boyacá, Colombia) comenzó a convocar a los miseritos en torno a un chocolate caliente y un pan. Logró inclusive que su obispo le diera una casa en Tunja para recibirlos, pero su precaria salud y la falta de compromiso y conocimiento sobre la misión naciente de quienes le acompañaban hicieron que este proyecto durará poco.

Sin embargo, en Bogotá fue diferente. Algunos de nosotros reiniciamos el trabajo en el barrio Bella Flor de ciudad Bolívar (una localidad del distrito capital) en un sitio al que bautizamos “la gospa “. En Julio del 1999 comenzamos a llevar todos los miércoles un refrigerio, recreación y la palabra de Dios a 200 niños aproximadamente. Con las hermanas Oblatas Benedictinas conseguíamos ropa, zapatos, libros y todo aquello que era necesario.

Los días sábados preparábamos la catequesis de primera comunión de muchos niños, y el bautizo de otros. Esta labor continúa vigente aunque por un par de años fue interrumpida debido a la presencia de la guerrilla y algunas milicias urbanas.

Otro sitio de la ciudad capitalina en el que se comenzó a servir fue en el puente de la avenida El dorado con avenida Boyacá debido a que muchos niños de entre 5 y 12 años, desplazados del cartucho, se establecieron allí. Abandonados por sus padres o huérfanos por culpa de los grupos de limpieza, convivieron en una relativa “paz” durante los dos primeros años que duró el servicio. La providencia permitió que se los pudiera alimentar diariamente en un restaurante cercano al sector e incluso hubo la posibilidad de brindarles servicio de baño en un lote baldío cercano a una estación de gasolina. A seis niños se los logró ubicar con el tiempo en los programas del Padre Javier de Nicoló. Nueve fueron asesinados por grupos de limpieza social al negarse a abandonar el puente. Otros, al llegar a la edad adulta, cayeron en la cárcel. Y otros simplemente desaparecieron.

Con la remodelación del puente los cambuches desaparecieron, lo que supuso el fin de este sitio como punto de servicio.

De este servicio es justo recordar la memoria de Pachito, el primer miserito que ayudamos en este sitio, con quien creamos unos fuertes lazos de amor filial. Él, con sus escasos nueve años, ya era el dueño del lugar y quien al comienzo decidía quienes vivían en este cambuche. Con el paso del tiempo logramos que rezara el santo rosario todos los días y que dejara de consumir marihuana. Después de tantos años, cuando se convenció de dejar esa vida y aceptar vivir en Bosconia (municipio del departamento del Cesar, Colombia), dos noches antes de su salida definitiva de la calle, fue encontrado muerto a balazos por dormir en un lugar en el que ya no le era permitido.

En el año 1999 nuestra presencia ya era habitual en la calle del cartucho y en ciudad Bolívar por lo que fue necesario tomar un nombre que nos distinguiera como grupo. Entonces, a la luz del santo Espíritu se decide que nos llamaremos Servidores de quien es el verdadero servidor, es decir: “servidores del servidor”. Servidores a imagen de cristo que nos sirvió hasta dar su vida por nosotros.

Durante el año 2001 se mantuvieron los puntos de servicio anteriormente descritos, así como los encuentros de oración en lugares como la Universidad Javeriana, el apartamento del padre Cabrera y la casa de familia Koegler. Cada mes se realizaba la Eucaristía del grupo y dos retiros espirituales pequeños anuales.

En Junio del 2002 recibimos un regalo maravilloso: 7 de los servidores recibieron la gracia de asistir en Roma a la canonización de Padre Pío de Pietrelcina. Renovados y con nuevo ánimo, regresan junto con la bendición de nuestro santo patrono para continuar con el crecimiento de su obra. Desde entonces todo continuó creciendo. Incrementamos nuestro actuar apostólico y nuestro servicio. Cada vez más nuevas personas acudían al servicio y a la oración, por lo que fue necesario ubicarnos en un lugar más amplio que diera cabida a toda la gente.

El 8 de diciembre del mismo año, celebramos nuestro segundo año como grupo en torno a la Sagrada Eucaristía y al sacramento de la comunión. Realizamos charlas sobre la vida del Padre Pío de Pietrelcina y sobre la vida de la iglesia y sus santos. En este mismo diciembre nos fue posible atender los regalos de navidad de 150 familias pobres. Regalamos trescientas camisetas estampadas con la imagen de la virgen. Trescientas mudas de ropa para hombres, mujeres y niños con sus bufandas, gorros y guantes. Además, la providencia permitió que atendiéramos las fiestas navideñas con tamal y chocolate.

Alentados por este crecimiento en el amor, la concordia y el servicio, en enero del 2003 realizamos en el foyer de Charité nuestro retiro anual en donde comenzamos a presentir que debíamos organizarnos de una forma diferente, pues el incremento tanto de miseritos como de servidores se había vuelto inmanejable y la micro estructura en la que antiguamente se ordenaba todo ya no era eficaz. En este sitio maravilloso en donde la presencia del cielo es tan especial, surgió la idea de congregarnos como grupo unido a la iglesia católica, pues la posibilidad de ser una ONG estaba latente en el aire. Comenzamos a trabajar con este objetivo y se realizaron los primeros acercamientos con la iglesia y su jerarquía. El Padre Cabrera gestionó las primeras consultas en la curia para conocer cómo debíamos proceder.

Por designios del cielo nuestro director espiritual y general, el padre Cabrera, es trasladado de Bogotá a Manizales (capital del departamento de Caldas) y nos quedamos huérfanos. Al Padre Cabrera no le pareció conveniente entonces seguir dirigiendo un grupo estando tan lejos y quedamos a la deriva. Fue un momento crítico para el grupo a penas naciente pues siempre habíamos dependido de la dirección y de las opiniones del padre.

Pese a la soledad que afrontábamos, un nuevo punto de servicio nos dio aliento. En abril de ese año se inauguró el servicio en la UPJ del barrio el Campin.

En el Foyer de Charité decidimos pasar la semana Santa. Juntos, en pleno recogimiento, nos acogimos al amparo de la dirección espiritual del padre Fernando Umaña quien nos regaló algunas indicaciones y nos instó a seguir con las siguientes palabras: “Si la obra es de Dios, él mismo la llevará a buen término”.

Con ánimo renovado, el 2 de mayo de 2003 inauguramos nuestro servicio en Servitá (barrio Usaquén). En junio inauguramos servicio en el Jazmín y en julio en la Serena. La obra de la UPJ cada día se fue fortaleciendo más. En septiembre apoyamos la jornada con los habitantes de la calle que se realiza en el parque de los novios propiciado por la alcaldía Mayor.

No obstante el crecimiento de la obra, aún necesitábamos una dirección que nos orientara a seguir, por lo que decidimos adelantar nuestro retiro espiritual del año siguiente para pedir la luz del santo Espíritu. Por cosas de Dios y de sus designios, en el mes de noviembre terminamos en una montaña en Piedecuesta Santander, en la comunidad de los “Ermitaños Eucarísticos del Padre Celestial” . Allí nos recibió el Padre Antonio Lootens.

Él nos escucha y reconoce la espiritualidad de Padre Pío en nuestro grupo. Reconoce como de Dios la obra y la bendice. Con palabras amorosas nos invita a continuar con lo que tenemos. A no abandonarlo y nos pide abramos la obra en Piedecuesta y en Bucaramanga. Nos ofrece su apoyo, dirección y ayuda.

Con renovación, esa noche del 31 de octubre y continuando el día 1 de noviembre del 2003, tomamos la decisión a la luz del Santo Espíritu, en esa montaña maravillosa, de revitalizar la obra, de abrirla al mundo y fundarla como “Comunidad Apostólica Servidores del Servidor”. Al día siguiente, 2 de noviembre, se celebraron las eucaristías con los Ermitaños y todo retoma una fuerza inusitada.

Llegamos a Bogotá renovados. Con la fuerza del Espíritu en nuestros corazones, comenzamos a organizar todo aquello que fuese necesario para retomar el camino.

El 28 de noviembre, para nuestra alegría y como conformación y regalo del cielo, participamos de la jornada de habitantes de la calle en el Campin.

El 8 de Diciembre del 2003, en el encuentro de la comunidad en la parroquia de la Sagrada Eucaristía (ubicada en el barrio Pablo VI), decidimos determinadamente compenetrarnos con la iglesia como una asociación de fieles, que es el camino inicial a seguir para pertenecer y estar más unidos a nuestra Santa Madre Iglesia y desde ella, en obediencia a nuestro obispo, poder servir a imagen de Jesús desde las parroquias y sus párrocos.

Es también el día elegido como fecha y fiesta fundacional, en la que se consagraron los 7 pilares designados para dirigir los caminos de la comunidad para la mayor gloria de la Iglesia y la alegría del Padre Celestial. Se impusieron los primeros sayales y los primeros escapularios azules. Así mismo se nombraron los primeros hermanos servitas y los primeros hermanos pacientes. Ante el santísimo emitimos nuestros votos. Votos de Obediencia, Humildad y servicio.